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La Argentina necesita una reconstrucción

Quienes no venimos de la vida política partidaria, no percibimos lo que allí acontece hasta no formar parte del entorno público institucional.

En ese ámbito, uno empieza a entender de qué forma, en estos últimos tiempos, el sistema se encontraba moviéndose casi como un servidor de deseos ­inalienables estructurados, por un lado, a dedicarse con cierta frivolidad por el bien común de los ciudadanos y, por el otro, a perpetuarse en dicho universo como espacio de poder.

En muchas ocasiones, ello significó poner en movimiento planes gubernamentales que buscaron satisfacer intereses y beneficios personales.

Parece ser que en estas últimas décadas, el poder mal entendido y mal utilizado concibió lo público como una mercancía, una propiedad privada donde sólo sus dueños–a puertas cerradas–tomaron decisiones sobre este “bien ganancial” del cual esperaban ciertos beneficios.

En paralelo, otros se ilusionaron con promesas de campaña que pregonaron la solución a problemas histórico-culturales de la manera más simplista e inmediata, propia de estos nuevos tiempos tecnológicos en los que todo parece resolverse en dos pasos. En realidad, el proceso puede llevar más de una década, si la verdadera intención es el cambio cultural y cuyos frutos no veremos nosotros sino próximas generaciones.

Es preciso devolver el Estado a sus ciudadanos, para lo cual quienes decidan incluirse en la vida política deben pensar en ponerse al servicio del sistema generando políticas públicas que a corto, mediano y largo plazo tiendan a sentar las bases para comenzar de nuevo, pero, ahora sí, desde ideales concretos que den cuenta del país que queremos.

La Argentina necesita una reconstrucción socio-política-cultural y económica de paulatino crecimiento, que permitirá lograr cambios profundos y determinantes. Cambios que no podrán ver quienes sólo estén preocupados por buscar el rédito político que los lleve al éxito.

Es esa una palabra que poco a poco se convirtió en la razón de ser de muchos para transitar la vida política, por lo cual la dedicación, la integridad y la honradez en los procesos de ­construcción comenzaron a ser vistos como obstáculos para quienes sólo esperaban el reconocimiento público a fin de perpetuarse en el poder.

En algunos casos, la estrategia para mantenerse fue utilizar a las personas como individuos pasivos y receptores de programas sociales basados en ayudas económicas inmediatas e insuficientes en el tiempo. En ese sentido, el estímulo del sujeto partícipe y artífice de su propio cambio–mediante el desarrollo de sus capacidades–parece no ser algo relevante.

Así nos encontramos frente a la casi extinta capacidad argentina de promover el análisis y la reflexión de cara a nuestros propios fracasos. Es que sólo después de ­reflexionar de manera crítica podremos pasar a la acción y a la superación.

Esa superación que hoy necesariamente debe experimentar la política pública para modificar su corte asistencial, esa que debe funcionar y recrearse de manera constante en una era digital y de servicios que no da mucho tiempo de espera.


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